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El mundo en el que vivimos nos encontramos saturados de información, lo que genera en
definitiva más desinformación. Datos que no aportan nada, en que lo público y lo personal ya no están
separados por una barrera bien definida, donde debido a tal exceso de información terminamos por saber
mucho de nada. Mucho dato repetido sin base ni solidez. Un mundo de postmodernidad que se ahoga en
su propia insustancialidad e inconcreción, terminando el individuo por perder su propia identidad
cediendo la misma a una colectividad amorfa e indeterminada que vuelve a su esencia en un instrumento
aséptico que desvela, al mismo tiempo que oculta, información acerca de cada uno de nosotros, un objeto
cuya representación se remite a una mera imagen que termina por representarnos ante el resto del mundo,
al mismo tiempo que oculta la verdadera persona que se encuentra tras el objeto, documento o imagen.
Una imagen de algo, meros datos, una fotografía a la que se le atribuye un significado que no termina de
ser encontrado, que no nos lleva a nada y nos deja indiferentes; ninguna pista ni mapa de situación. Una
fotografía pasiva, inerte, con la apariencia del puro registro fotográfico con la inquietud de querer mostrar
algo más, con su consecuente imposibilidad de ello.
Una catalogación de datos encriptados que llaman a ser desvelados, a descubrir su origen y pertenencia.
Una población creada a base de numeraciones y una organización universal e impersonal que nos engloba.
Podría llegarse a la conclusión de que realmente no representamos nada más que aquello que se nos ha
asignado, totalmente ajeno a lo que realmente somos, alienando el propio carácter humano.
Convirtiéndonos en nada, un ente indefinido que nos separa de la tradición humana, de nuestras vísceras,
de lo que nos define y nos diferencia.
Krimajila 2016